Nunca se había llegado a pensar que el caucho sería la solución a un grave problema ambiental que se había venido produciendo en la industria de la piscicultura. Nos referimos específicamente a algo que tiene que ver con el cultivo del salmón. Hace poco tiempo, una noticia develó el problema cuando un accidente hizo que se derramaran 17 mil litros de pintura anti-incrustante en la región de Chiloé, Los Lagos, Chile. Se trató de una sustancia anti-fouling que contiene altas concentraciones de metales pesados. En esa ocasión, los grupos de bomberos se movilizaron para tratar de que la sustancia anti-flouling no llegará al mar, pero entonces quedó resaltado el problema que implica esa pintura anti-incrustante, que normalmente es empleada en las redes salmoneras para evitar que los crustáceos se adhieran a las mismas restándole oxígeno a los peces.
Si bien los salmones se han visto afectados por la disminución de la circulación de oxigeno que supone la mencionada adherencia a las redes, más grave aún resulta el empleo de esta pintura biocida que busca directamente atacar el problema eliminando a los crustáceos, sin tomar en cuenta el envenenamiento colateral de los salmones, los cuales luego son procesados para el consumo humano.
El caucho surge entonces como una solución, en este caso el caucho líquido procesado como un producto ideal para evitar que los crustáceos se adhieran a las redes. Junto a la idea de elaborar e incrementar el uso de este producto, hubo todo un estudio científico que partió de una evidencia, y es que los crustáceos jamás se adhieren a los neumáticos empleados con diversos fines en el mar o en las costas. Este sería un producto anti-fouling ideal, amable con el medio ambiente e inocuo para los peces, para la fauna marina, y por supuesto, inofensivo también en lo que respecta al consumo humano.